Por Alejandro Díaz
Dubai no pudo ser el parteaguas en la COP28. Pero, ¿cómo podría tratar tan sólo de serlo, sino Emiratos Arabes Unidos (EAU) (sede de la actual conferencia), así como gran parte del mundo árabe, son productores de crudo, el principal combustible fósil de su economía y que se rehúsa todavía a desaparecer de la faz de la Tierra.
Si hay un tema candente en este planeta -además de los conflictos armados- es la migración. Tema transversal al mundo, alcanza lo mismo a países desarrollados que a los que están en el camino de serlo, incluso a los que, sin ser expulsores, son camino para quienes migran. Son pocos quienes desean emigrar, aunque algunos las circunstancias violentas los obligan a hacerlo. Muchas otros deciden emprender el camino al no encontrar los medios para darle a su familia una vida digna. Aunque no sea intencional, la migración impacta a todo el planeta
La migración es tan antigua como el ser humano. Si bien ya no se ven migraciones de pueblos enteros como se dió en épocas ancestrales, siempre hay seres inquietos que buscan nuevos horizontes donde esperan mejorar sus condiciones de vida. En general puede decirse que quienes deciden voluntariamente migrar son los más emprendedores y quienes más esfuerzo ponen por mejorar su vida y la de su familia. Quienes migran luchan por demostrar sus habilidades, su empeño y su voluntad por mejorar. Sin importar su país de origen, los migrantes demuestran en el país de acogida lo que su propia tierra les negó.
La migración tiene muchos orígenes más allá de motivaciones económicas; algunas son traumáticas para quienes emigran y sus familias, tanto las que viajan con ellos como para las que se quedan. Las guerras, las revoluciones, las persecuciones y los gobiernos autoritarios motivan a muchos a emigrar para salvar la vida. Más que buscar otros horizontes para vivir mejor, se ven forzados a emigrar para conservar la existencia.
En los distintos países de América los emigrantes han contribuido a forjar ciudades y pueblos, cambiando su esencia usualmente para bien de la comunidad receptora. Hay países que la migración los marcó en forma definitiva: italianos en Argentina y Uruguay, alemanes y libaneses en Brasil, así como de muy variadas nacionalidades en Estados Unidos. En México, después de la migración española inicial del siglo XVI al XVIII, en los siglos XIX y XX llegaron grupos de franceses, italianos, libaneses, hebreos (entre otros) e inclusive norteamericanos, unos espontáneamente y otros invitados por el titular del Poder Ejecutivo de ese momento. Fue notoria la llegada de intelectuales españoles y sudamericanos que huían de regímenes dictatoriales. Todos esos grupos pudieron integrarse a la vida activa del país sin dificultad.
Pero las migraciones del siglo XXI en el mundo se han desarrollado de modo distinto a la mayoría de las anteriores. Comenzaron desde finales del siglo pasado con grupos que huían de la pobreza en todo el mundo, aunque algunos lo hacían huyendo de acciones bélicas, de violencia interna o impulsados por el cambio climático. Todos los conflictos armados, fueran en África, Asia, o Europa, forzaron a numerosos grupos a emigrar: Yemen, Irak, Siria, Afganistán, Kosovo, Chad, Níger, Libia, Sudán, Somalia, y por supuesto Ucrania, pero también los conflictos internos en Guatemala, Haití, El Salvador, Nicaragua y Venezuela empujaron a muchos a emigrar. Y lo hicieron tanto como individuos, como familias, incluso como grupos más o menos organizados de cientos de individuos.
Si en numerosas comunidades receptoras pudieron en un principio acomodar a individuos y a familias con alguna facilidad, la llegada de oleadas de nuevos inmigrantes despertó preocupaciones que los medios de comunicación ampliaron y propagaron. En los países europeos hubo inquietud cuando miles de sirios y de otras nacionalidades llegaron a Grecia provenientes de Turquía; lo mismo sucedía con la llegada al sur de Italia o a las Islas Canarias de miles de subsaharianos.
Por esos hechos, en 2015 el sentimiento antiinmigrante se elevó en muchos países de la Unión Europea, magnificados por los medios de comunicación. No sólo se inquietaron en los países a donde llegaron quienes huían de la violencia, sino en buena parte del resto de los países de esa Unión pues sabían que aunque los migrantes buscaran llegar a Alemania, muchos se quedarían en los países que están en su camino.
A pesar de ese sentimiento antiinmigrante fomentado irresponsablemente, la mayoría de las sociedades siguió apoyando la integración de migrantes en su seno. Ahora es todo un espectáculo digno de encomio ver a maestros salir a la calle llevando escolares de todos los tonos de piel, del más blanco hasta el más moreno, pasando por todas las gamas posibles del mestizaje humano. Los escolares ven con normalidad su diferencia multicolor y racial a diferencia de muchos adultos a quienes les preocupa.
En Estados Unidos ha seguido un patrón similar: la mayor parte de los migrantes que llegan a sus fronteras y costas son latinoamericanos, principalmente mexicanos, que buscan un horizonte dónde desarrollarse económicamente. Aunque también haya quien huye de regímenes autoritarios como Venezuela, Cuba o Nicaragua, o de tragedias causadas por el clima (como en Haití y en otras islas del Caribe), incluso de violencia criminal (El Salvador) o guerrillera (Colombia, Guatemala, Perú), la mayoría sólo busca mejores horizontes.
Quienes así lo hacen frecuentemente están dispuestos a trabajar en actividades muy demandantes, poco atractivas o difíciles, y a hacerlo por más horas que las usuales. Los migrantes sin duda compensan no sólo la falta de mano de obra local sino también compensan la menor natalidad de los países desarrollados. A pesar de que muchos piensan que los migrantes sólo realizan tareas como albañiles, lavaplatos o jardineros, la realidad es que muchos tienen la capacidad de asumir altas responsabilidades de acuerdo a las habilidades que demuestren tener. Gerentes, líderes de proyectos, mecánicos de precisión, vendedores estrella, profesores universitarios. Además están en sus mejores años productivos: pues tres de cada cuatro migrantes tienen entre 20 y 50 años, con una mayoría de jóvenes
Autoridades de Naciones Unidas estiman que actualmente hay alrededor de 281 millones de migrantes, poco menos del cuatro por ciento de la población mundial, y que en cada uno de los últimos años más de 30 millones de migrantes se incorporaron al trabajo en países que no son los de su nacimiento.
México, que por muchos años fue un país emisor de migrantes, al comienzo del presente siglo logró un equilibrio migratorio. Durante un par de lustros salieron del país la misma cantidad que regresaba. Pero en los últimos diez o quince años no sólo han emigrado más mexicanos que en el pasado sino se desató una migración mayor: la de centroamericanos y otros latinoamericanos que decidieron aprovechar una política de fronteras abiertas propuesta por el titular del Poder Ejecutivo mexicano.
Evidentemente México no estaba preparado para recibir una cantidad grande de migrantes y las autoridades han tenido que resolver sobre la marcha. No sólo el gobierno federal ha tenido que lidiar con el problema, también autoridades municipales y estatales además de la iniciativa privada. Fueron los municipios fronterizos como Tijuana (Baja California) o Ciudad Juárez (Chihuahua) los más afectados aunque también otros que estaban en el paso de quienes se trasladaron de la frontera sur.
A pesar de las incomodidades causadas, la población mexicana ha sido muy solidaria con los migrantes que cruzan por pueblos y ciudades. Saben que pueden aligerar su camino proporcionando agua, alimentos y algunas monedas, incluso albergue temporal. Ayudan a quienes transitan por su terruño al igual que lo hicieron los ciudadanos de Europa que vieron a quienes huyeron de la guerra en Siria y buscaban un mejor futuro en Alemania o Francia.
Cada 18 de diciembre se conmemora el Día Internacional del Migrante desde el año 2000. Honre a quienes han dejado su patria para buscar nuevos horizontes. Esperemos que encuentren una cálida acogida y puedan demostrar que son capaces de aportar mucho para bien de las comunidades receptoras y de ellos mismos.