Por Evgeny Zajarov 2do Secretario, Embajada de la Federación de Rusia
La Gran Guerra del pueblo soviético contra el nazismo
A lo largo de todos los años 30 del siglo XX la Unión Soviética trataba de alcanzar que se creara un sistema internacional de defensa colectiva para impedir cualquier guerra, pero siempre encontraba un rotundo rechazo en las capitales europeas. Londres liderado por el entonces primer ministro británico Neville Chamberlain apostaba por la llamada política de “apaciguamiento” a Hitler, eso es, traduciendo al cristiano, consentir las ambiciones expansionistas de los nazis para finalmente hacer chocar frente a frente a la Alemania nazi y la URSS.
Hoy a menudo se olvidan de los hechos y culpan a la Unión Soviética de desatar la Segunda Guerra Mundial junto con Alemania. Pero no se acuerdan del Acuerdo de Múnich que en septiembre de 1938 estipuló la desmembración de Checoslovaquia, con pleno consentimiento de Gran Bretaña y Francia que a cambio obtuvieron las promesas de no agresión con Hitler. También hubo el llamado “Múnich asiático”, eso es, el acuerdo entre Gran Bretaña y Japón que dio a Tokio la libertad de maniobra en China. En la guerra civil española Londres y París mantuvieron una neutralidad que permitió el triunfo de los franquistas.
De hecho la URSS era el último país europeo en firmar un acuerdo de no agresión con Hitler, conocido como Pacto Mólotov-Ribbentrop. El primero, lo era Polonia, en 1934, seguida por Francia y Gran Bretaña en 1938. La URSS firmó un acuerdo similar solo después del rechazo de Londres y Paris para firmar un acuerdo tripartito de ayuda mutua con Moscú. Si lo hubieran firmado, lo más probable es que Hitler no habría podido atacar Polonia y así desatar la guerra mundial.
Y si hablamos propiamente de la historia de la Gran Guerra Patria, ésta puede dividirse en tres periodos.
El primero tiene que ver con el repliegue de las tropas soviéticas, desde la madrugada del 22 de junio de 1941 cuando, sin declarar guerra, el ejército hitleriano atacó el territorio de la URSS y progresó hasta Leningrado, Moscú y Kiev. Para septiembre el mando nazi ya pensaba que la guerra estaba por terminar, pero gracias a la feroz y heroica resistencia del Ejército Rojo el avance de los nazis se atascó y fue parado en diciembre de 1941 cuando perdieron la batalla de Moscú.
Con eso, el plan inicial de la guerra relámpago quedó frustrado, mientras que la economía alemana estaba lista solo para un conflicto de unos meses. Es por eso que el objetivo de la campaña alemana de 1942 era, siguiendo el cerco de Leningrado (en el que participaron los franquistas españoles y los finlandeses) y manteniendo el grueso de sus tropas cerca de Moscú, conquistar el Sur de Rusia con sus vastos campos de trigo y yacimientos de petróleo. Ocuparon casi toda la región, pero cuando en agosto llegaron a Stalingrado, a orillas de Volga, inició la batalla más encarnizada y sangrienta de la historia. La pelea era no por la ciudad, sino por cada calle e incluso edificio. Como quien decía, en varias semanas los nazis ocuparon casi toda la Europa Occidental; en Stalingrado en este mismo lapso solo lograron avanzar unos metros. Para febrero de 1943 los nazis fueron rodeados y derrotados en la batalla de Stalingrado que marcó el inicio del periodo de inflexión en la guerra.
Este viraje crucial constituye el segundo periodo del conflicto. Después de Stalingrado los nazis solo siguieron rodando al oeste. En verano y septiembre de 1943 el Ejército Rojo ganó la batalla de Kursk (con el combate de tanques más grande de la historia) y liberó Kiev. Sobre este telón de fondo en Teherán se celebró la conferencia de la Gran Troika con Iosif Stalin, Winston Churchill y Franklin Roosevelt, que ya discutía el orden mundial de la futura posguerra. Sin embargo, Gran Bretaña y Estados Unidos todavía no habían abierto el segundo frente en Europa, solo lo harían en junio de 1944 porque si no, les daba miedo de que los soldados soviéticos liberarían el continente por su cuenta, como fue el caso en las guerras napoleónicas cuando el ejército ruso terminó su marcha en París.
La tercera etapa está vinculada con la liberación definitiva del territorio soviético y el traslado de hostilidades al teatro europeo en 1944-1945. Como resultado de lo que en la historiografía soviética se llamaba “los diez golpes de Stalin”, en 1944 se levantó el sitio de Leningrado que había durado 900 días y cobró las vidas de miles de sus ciudadanos por bombardeos, el frío y el hambre, también se liberó el Norte, el Occidente y el Sur de la URSS. Se rindió Finlandia y las tropas soviéticas entraron a Noruega (con la que hay una frontera común), Polonia y la Prusia Oriental (hoy, la región de Kaliningrado). Liberaron Rumania y Bulgaria, Yugoslavia y parte de Hungría.
En enero de 1945 en el marco de la ofensiva de Vístula-Odre se liberó Polonia y las tropas soviéticas accedieron al límite de los ríos Odre y Neise, hoy día la frontera oeste polaca. Cuando en febrero en Crimea se celebró la Conferencia de Yalta, Churchill trató de imponerle sus condiciones a Stalin, y el líder soviético le contestó al primer ministro británico: “Nuestros ejércitos están a 60 kms de Berlín, y los británicos y americanos, a 600”. Era verdad, pero primero había que “limpiar” la retaguardia en la que quedaban varios ejércitos hitlerianos, por eso no fue hasta abril de 1945 que inició la batalla de Berlín que culminó en mayo de 1945 con la rendición incondicional de la Alemania nazi y la bandera roja sobre Reichstag.
El nazismo fue derrotado por la coalición antihitleriana, pero el aporte crucial fue brindado por la URSS, en las batallas de Moscú, Stalingrado, Berlín y otras. Las tropas soviéticas liberaron Hungría, Rumania, Yugoslavia, Bulgaria, Checoeslovaquia, Austria, Polonia. Pero la URSS pagó un alto precio por esa guerra que cobró casi 27 millones de vidas de los ciudadanos soviéticos. De estos 27 millones, las pérdidas militares constituyen solo casi 9 millones, mientras que casi 18 millones son los civiles que fueron exterminados por los nazis, bajo la excusa de “liberar el espacio vital para la raza suprema”, según la ideología fascista que hoy día vuelve a levantar la cabeza en algunos países en Europa.