Los cien días de Joe Biden

por Gabriel Moyssen

Los cien días de Joe Biden, México y el legado tóxico de Trump

Como en los grandes episodios históricos, Joe Biden, el nuevo presidente de Estados Unidos, pidió a su pueblo cien días para consolidar su gobierno después de asumir el 20 de enero, un plazo con el que apenas empezará a borrar el legado tóxico de Donald Trump.

A golpe de más de 50 órdenes ejecutivas o decretos, Biden, un hombre de 78 años que pasó 36 en el Senado antes de convertirse en el vicepresidente de Barack Obama, arrancó su gestión, que será de un sólo mandato al haberse autodefinido como “presidente de transición”, deconstruyendo los símbolos de Trump mediante el fin de la edificación del muro fronterizo con México, el rescate del programa DACA para jóvenes migrantes y el regreso al Tratado de París sobre cambio climático.
El ex legislador de Delaware, que comienza su camino como Obama con la mayoría en las dos cámaras del Congreso, gracias al triunfo demócrata en la segunda vuelta de las dos elecciones al Senado por Georgia del 5 de enero -horas antes del inédito asalto de los trumpistas al Capitolio en Washington- también ha lanzado medidas para superar la crisis económica derivada de la pandemia de Covid-19, un plan de vacunación y atención a los enfermos, regresó a EU al seno de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y eliminó el veto a la entrada al país de ciudadanos de países musulmanes.
Asimismo, reanudó el financiamiento de programas de control natal en el extranjero y dio los primeros pasos para “hacer más humano” el sistema migratorio, al facilitar la reunificación familiar y desmantelar los “Protocolos de Protección de Migrantes” que obligaron a México a aceptar la permanencia en su territorio de los solicitantes de asilo en EU.
En cuanto a la relación con México, después de que Trump forzara el despliegue de la Guardia Nacional en las fronteras de nuestro país para frenar las caravanas migrantes de Centroamérica -además de imponer la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, hoy el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC)- Biden sostuvo su primera conversación telefónica con el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) el 23 de enero, para abordar temas como la inmigración, la regularización de mexicanos en EU y el intercambio comercial. Según AMLO, el demócrata ofreció además 4 mil millones de dólares para impulsar el desarrollo centroamericano y reducir la pobreza que detona el éxodo hacia el norte.
Si bien AMLO ha hecho una lectura acertada de los problemas que concentran la atención de Washington para sacar adelante sus planes, se espera que haya un reacomodo en la relación, incluso a partir de temas inesperados. Uno de ellos es la polémica entrega a México del general Salvador Cienfuegos, ex secretario de la Defensa Nacional en el gobierno de Enrique Peña Nieto, detenido el año pasado por la Administración Antidrogas (DEA) en Los Ángeles, acusado de narcotrafico y lavado de dinero.

¿“El Padrino”, factor de tensión?

En agudo contraste con el discurso de la lucha anticorrupción, que llevó, por ejemplo, a extraditar de España de Emilio Lozoya Austin, ex director general de Pemex, el canciller Marcelo Ebrard -quien funge como un virtual vicepresidente y es considerado el más probable sucesor de AMLO- encabezó una extraordinaria ofensiva diplomática para que la saliente administración Trump devolviera a Cienfuegos a México, bajo el argumento de que el país no fue notificado de las investigaciones y se violaron los acuerdos bilaterales de cooperación sobre narcotráfico y crimen organizado.

No obstante, a nadie escapa que la cúpula militar en México sigue siendo intocable, en especial para un gobierno que la ha fortalecido al asignarle nuevas tareas que van desde la construcción del aeropuerto internacional de Santa Lucía hasta el combate a la pandemia. Las prolongadas pesquisas de la DEA en torno a Cienfuegos -identificado como “El Padrino”- fueron desechadas el 14 de enero por el fiscal general Alejandro Gertz Manero, pese al compromiso de Ebrard de que Cienfuegos sería objeto de una minuciosa averiguación aquí.
Voceros oficiosos de la DEA, como Mike Vigil, han expresado su malestar por el desenlace y ahora corresponderá a la Casa Blanca de Biden determinar los ejes de la colaboración antidrogas. Pero en el campo económico también pueden surgir fricciones, ya que el gobierno mexicano inició una contrarreforma energética que pretende favorecer a la CFE en la generación de electricidad y relegar al sector privado, que se ha enfocado en las energías limpias.
Como adelantaron las confederaciones patronales, la iniciativa de ley que AMLO envió al Congreso será objeto de numerosas demandas judiciales en las que se esgrimirá incluso su probable violación al T-MEC, lo que suscitaría la intervención de EU, embarcado en la “revolución verde” propuesta por Biden.
En el campo internacional, Washington regresará al activismo que Trump descuidó al abandonar el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) y cesar las negociaciones comerciales con la Unión Europea, dejando que China llenara el vacío a través de la Asociación Económica Regional Amplia (RCEP) y el Acuerdo Amplio sobre Inversiones (CAI), que integran, respectivamente, naciones como Japón, Corea del Sur, Australia y el bloque de la UE.
Igualmente, postergó la salida de tropas de Afganistán y deberá decidir si regresará al acuerdo nuclear multilateral con Irán, pues Teherán advirtió que reanudará el enriquecimiento de uranio en más de 20 por ciento -necesario para producir una arma atómica- el 21 de febrero si las sanciones en su contra no son levantadas.
Las prioridades del secretario de Estado, Antony Blinken, pasan, ineludiblemente, por reformular el trato con China tras el fracaso de la guerra comercial desatada por Trump, así como con Rusia, que ha extendido su influencia hasta México y Argentina gracias al éxito de la vacuna Sputnik V contra el coronavirus.

 

Desafío inmediato

El gran desafío inmediato de Biden, sin embargo, se llama Donald Trump. Luego del asalto de sus huestes al Congreso para interrumpir la sesión conjunta que ratificó la victoria electoral del demócrata, la profunda división política, económica, cultural y étnica que aflige a EU quedó expuesta y el antídoto que escogieron Biden y Nancy Pelosi, líder de la Cámara de Representantes, un segundo impeachment o juicio político, ahora para inhabilitarlo de por vida como candidato a cualquier cargo, amenaza con terminar en un fiasco que alentará a los seguidores radicales de Trump.
La razón es clara: como en el primer impeachment de 2019-2020, que intentó destituir a Trump por acusaciones de buscar ayuda del exterior para reelegirse y obstruir las indagaciones al respecto, los demócratas carecen de los votos suficientes -67, por mayoría calificada- en el Senado para que el magnate inmobiliario sea declarado culpable, en este caso de incitar a la insurrección en el Capitolio. Mientras que los republicanos ocupan 50 escaños, los demócratas tienen 48 y dos independientes aliados, por lo que las votaciones por mayoría simple se resuelven, de ser necesario, con el sufragio de la vicepresidenta Kamala Harris.
Si lo que Biden y Pelosi quieren es exhibir a Trump y lograr una suerte de condena moral en su contra, puede adelantarse que el proceso acabará por convencer a sus simpatizantes de que es víctima de una persecución política y de que hubo fraude electoral, aun cuando las demandas que interpuso nunca pudieron demostrarlo, sobre todo por la controvertida censura a la que fue sometido por Twitter, Facebook y las demás redes sociales.
Pese a que el líder de la minoría, Mitch McConnell, ha sido el primero en romper con Trump, en la Cámara Alta abundan los oportunistas y extremistas como Ted Cruz y Marco Rubio que se oponen a condenarlo, pues buscarán otra vez la nominación presidencial en 2024 presentándose como los herederos de su legado, quizás en pugna con el ex canciller Mike Pompeo.
Para obtener los 17 votos de los republicanos que requieren, es probable que Biden, Pelosi y Chuck Schummer, el coordinador de los senadores demócratas, tengan que ceder a numerosas exigencias en puntos clave como la reactivación económica, lo que descarrilaría la agenda de la Casa Blanca de aquí a los comicios intermedios de 2022.
El trumpismo no es un fenómeno pasajero. Los 75 millones de votos que cosechó en noviembre su abanderado dan fe de que los movimientos e ideologías que agrupó, desde el Tea Party hasta los conspiracionistas de Qanon, pasando por los neoconservadores, los cristianos sionistas, los aislacionistas, los libertarios, la ultraderecha racista y las milicias neonazis, expresan una realidad histórica y la frustración por el declive nacional que se aceleró desde la gran recesión de 2008.
Para desmontarlos, Biden -y en particular Harris, con la vista puesta en los próximos ocho años- tendrán que emprender, en un marco desfavorable, medidas a fondo que permitan revertir el hecho de que uno de cada ocho estadounidenses enfrenta dificultades para alimentarse. Medidas que rebasan, por mucho, las propuestas por el senador Bernie Sanders cuando despertó la esperanza de la izquierda en las elecciones primarias del año pasado.
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